Reflexiones semanales de Adviento

Primera Semana de Adviento: Silencio


Por el P. Greg Shaffer, Parroquia de la Asunción, Washington DC

Sabemos que el mundo en general es ruidoso y a veces pareciera que el silencio nos molesta, aunque a veces somos nosotros mismos los que buscamos el ruido: la próxima vez que camines por la ciudad observa cuántas personas pasean o trotan usando auriculares. El silencio en general nos intimida. Cualquier persona que alguna vez haya moderado un grupo de discusión sabe que hay momentos de “incómodo” silencio. Pero esto obviamente va más allá de la incomodidad social, y no se trata solo de emociones o sentimientos. La verdad es que el silencio nos sitúa cara a cara con la realidad. Mucha gente evita reconocer la realidad, especialmente la realidad de la Cruz en el sufrimiento. Después de 14 años como sacerdote, me he convencido de que hay personas que abandonan la Iglesia o dejan de practicar su fe porque no quieren lidiar con la realidad de que la Iglesia representa la Cruz.

A veces, sin embargo, después de un tiempo de inevitables contrariedades —como una ruidosa temporada de noticias perturbadoras, trastornos causados por la pandemia y desastres naturales— el silencio llega a parecernos menos desagradable… Esperemos que, al iniciar este tiempo de Adviento de 2021, el silencio sea algo que todos podamos acoger con alegría.

Siempre recuerdo que, en mi primera asignación parroquial, una señora pedía “unos treinta segundos de silencio” después del himno de la Santa Comunión. Decía que para ella el silencio era una fuente de reposo, paz y renovación. ¡Y tenía tanta razón! Además, más importante que eso aún es que cuando permanecemos en silencio en la presencia del Señor, escuchamos la voz de Dios. Elías escuchó la voz de Dios no en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego sino en “el rumor de una brisa suave” (1 Reyes 19). Así como Dios hace crecer la vida de la naturaleza en el silencio, a nosotros nos habla en el silencio. Ninguno de los aparatos que la gente usa para abstraerse de la realidad y que llenan la mente y el corazón de ruidos es capaz de competir con el Señor. Tal vez causan satisfacción, pero no infunden la paz que solo proviene de escuchar la voz del Señor. Su voz es el mejor consuelo que tenemos para afrontar la realidad.

Segunda Semana de Adviento: Espera


Por el P. Mario Majano, San Juan Evangelista, Clinton

“Por favor, espere.” ¿Con qué frecuencia nos hacen esta petición? En realidad, en cualquier momento: cuando queremos bajar un archivo digital, una película o un show en Internet; cuando presionamos el botón para cruzar la calle, e incluso cuando pedimos una respuesta por teléfono: “Por favor, espere”.

Las esperas nos parecen en general inconvenientes cuando nos causan atrasos en la apretada agenda de obligaciones que debemos cumplir, o las ignoramos cuando buscamos alguna manera de llenar el espacio. Nuestra cultura rara vez interpreta la espera como algo bueno. Desde pedir la entrega de una compra al día siguiente hasta alguna información instantánea que buscamos en línea, no hay tiempo para esperar entre lo que pedimos y la recepción de lo que se desea. Este año, sin embargo, nos ha obligado de alguna manera a detenernos y esperar. Hay algo que escapa a nuestro control y que no podemos subsanar, algo a lo que simplemente no podemos decir “apúrate y sigue adelante”. No ha sido nada fácil. La incertidumbre, la inseguridad, la rabia y las controversias nos han abrumado en los últimos meses. Pero al llegar al cierre de este año litúrgico, la Iglesia comienza uno nuevo, como siempre con esta maravillosa temporada del Adviento. Y nos recuerda lo que hemos de hacer, especialmente en este tiempo de tanta tribulación: “Descansa en el Señor y espera en él” (Salmo 37, 7).

Esperar es bueno, especialmente esperar en el Señor. Esta espera edifica la virtud de la esperanza, una expectativa de lo que está por venir, aunque aún no podamos verlo. Esa esperanza nos recuerda que no podemos hacerlo todo, pues no somos Dios. La espera humilde nos recuerda que necesitamos a un Salvador, que venga y nos libre. Este anhelo de salvación nos permite confiar en el Señor y no en nosotros mismos, y en realidad nos libra de la ansiedad y el estrés que causa el afán de “tenerlo todo resuelto”. La realidad que comprobamos este año, y realmente toda la vida, es esta: No lo tenemos todo resuelto, ¡ni lo tendremos nunca!

Pero no importa, el Señor sí lo tiene y viene pronto. ¡Esperemos su llegada con paciencia y con ansias! Como nos dice el profeta: “Los jóvenes se fatigan y se agotan, los muchachos tropiezan y caen. Pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, despliegan alas como las águilas; corren y no se agotan, avanzan y no se fatigan” (Isaías 40, 30-31).

Quienquiera que tú seas y dondequiera que te encuentres, en algún momento te cansarás en tus quehaceres. En realidad, necesitamos a Cristo. ¡Necesitamos que venga y pronto! Aprende a esperar en él y serás testigo de que tus fuerzas se renuevan, y no por algo que venga de ti. Tu espíritu florecerá con una expectativa gozosa de que Cristo vendrá pronto.

¡Ven pronto, Señor Jesús, ven pronto! ¡Con gran anhelo te esperamos!

Tercera semana de Adviento – Alegrémonos

Por el P. Robert P. Boxie, III, Capellán Católico de la Universidad Howard

El Tercer Domingo de Adviento se llama “Gaudete”, que significa “alegrarse” en latín. Es un título que proviene de la primera palabra de la antífona de entrada de la Misa de este Tercer Domingo y que presenta el tema de esta semana como característica de nuestra celebración mientras nos aproximamos al nacimiento de Jesucristo, nuestro Señor. De hecho, el color rosado claro de las vestiduras litúrgicas y de la tercera vela que se enciende en la corona de Adviento simboliza el júbilo de que la espera de nuestro Salvador prometido hace tanto tiempo ha llegado a su punto medio.

El nacimiento de un niño siempre trae consigo una alegría profunda que llena el corazón de todos y que proyecta fácilmente nuestra imaginación hacia el futuro; hacia la esperanza de aquello que un nuevo bebé encarna para la familia. El año pasado experimenté esa gran alegría. La primera pareja que yo había preparado para el matrimonio y cuya boda celebré dio la bienvenida a su primer hijito: un niño saludable. Yo había esperado con paciencia y en oración la llegada de este bebé como si fuera mío. El anuncio fue particularmente especial porque aun cuando la pareja había intentado aumentar la familia, tristemente los embarazos no habían podido desarrollarse bien. Por eso, como este tiempo ha estado marcado por una pandemia que aún no muestra señales de desaparecer y que ha trastornado la vida de todos, yo anhelaba recibir buenas noticias. Cuando sucedió el gozoso alumbramiento, envié un texto al padre del bebé: “¡Esta es la alegría y la esperanza que todos necesitábamos en 2020!”

Eso era lo que yo pensaba. Mientras me deleitaba con la noticia de ese nacimiento, pronto caí en cuenta de que también hay otro bebé que nace… a fines de diciembre. Si la llegada de un recién nacido es causa de semejante júbilo, ¡cuánto más el nacimiento del Mesías! Su nacimiento fue prometido desde tiempos antiguos, anunciado por los profetas y anhelado durante siglos por los justos de Israel. Además, él es portador de enorme gozo, esperanza y libertad, especialmente para los que sufren entre nosotros. Él es la luz que destruye el pecado y la muerte, que vence la oscuridad que nos aflige, que nos mereció la redención y la salvación y que nos dio la vida eterna. Su nacimiento enciende un fuego de amor en todo el mundo; un fuego que genera una paz que el mundo no puede dar y que encarna el amor infinito que el Padre nos prodiga a cada uno de nosotros.

Esta es verdaderamente la Buena Nueva que todos necesitamos ahora al concluir el año 2021 y para todos los días que vendrán después. No hay nada que pueda privarnos de la alegría y la esperanza que nos causa el nacimiento del Hijo de Dios y lo que él hace para nosotros. Cualesquiera que sean las dificultades que hayamos soportado o las pérdidas que hayamos experimentado y por mucho que haya cambiado nuestra vida, nos regocijamos de todo corazón al saber que Jesucristo, nuestro Salvador, está a punto de llegar.

Cuarta Semana de Adviento – Regalo

Por Mons. John J. Enzler, Presidente y Director Ejecutivo de Caridades Católicas, Arquidiócesis de Washington

Mucho me complace ofrecer esta reflexión sobre el tema “regalo” al celebrar esta última semana de Adviento. He estado pensando en una de mis Misas favoritas del año. Es la Misa de Nochebuena en la que participan cientos de niños, entusiasmados por ver a Santa Claus y sus regalos. Normalmente empiezo mi homilía haciendo esta pregunta: “¿De quién es el cumpleaños?” Por suerte saben la respuesta y a veces gritan al unísono: “¡Jesús!” Entonces les hago una pregunta difícil: “Entonces, si es el cumpleaños de Jesús, ¿por qué tú recibes regalos en Navidad?” Casi siempre hay una pausa y una mirada de desconcierto, particularmente entre los más pequeños. Ante la insistencia, comienzan a pensar más en la falta de lógica de esa experiencia. Cuando ellos cumplen años reciben regalos y, en el cumpleaños de Jesús, ¡también reciben regalos! Luego les pregunto si alguno de ellos tiene algún regalo para darle a Jesús en Navidad, ¿tal vez una bicicleta, una tableta, o videojuegos? Pero esas cosas no tendrían sentido, ¿verdad? Entonces, la última pregunta es: “¿Qué le puedes dar tú a Jesús en Navidad?” Una vez más, casi al unísono, gritan “¡AMOR!”

Lo comparto porque de los labios de los pequeñitos aprendemos una lección muy importante sobre esta cuarta semana de Adviento: ¿Cómo podemos retribuir el amor que el Señor nos trae en la Navidad? ¿Somos capaces de recibir el regalo de Jesús en su Encarnación y responder a ese don con un esfuerzo particular para aliviar los padecimientos de los necesitados? Aquí en Caridades Católicas siempre me sorprende ver cuánta gente se lo toma tan en serio. Los regalos del “Angel Tree” (árbol de ángeles), la ayuda financiera para los pobres y el deseo de mejorar la situación de cuantos nos rodean es una señal que marca muy bien esta época navideña. Desde hace más de una década vemos posters, letreros y anuncios en los jardines de las parroquias arquidiocesanas que nos aconsejan buscar “El regalo perfecto”. En esta época, en la que todo ha cambiado drásticamente para las familias y mientras la pandemia del COVID-19 continúa propagándose por todo el país, ahora más que nunca hay mucha gente que necesita nuestra asistencia y ayuda.

Así, pues, al celebrar el cumpleaños de Jesús, nuestro Salvador, ¿qué regalo le vamos a dar en retribución por el asombroso don de sí mismo que él nos da a todos en la Navidad?